Digresión sobre el arte visual: alegorías.
Observando una vez más a Maya Plisetskaya acariciar el espacio escénico en piezas como La muerte del cisne vienen a mi encuentro reflexiones acerca de las artes escénicas, de la utilización del espacio, del lenguaje visual. Las sutiles poses de sus manos, sus níveas ropas surcando la oscuridad del escenario, el tempo (aceleraciones, pausas y aumento paulatino de la velocidad) de sus desplazamientos y movimientos de sus extremidades...
Es el cine un sencillo arte que se basa en el movimiento y en la luz, un lenguaje independiente que no debe necesariamente ajustarse a las convenciones narrativas literarias o de otra índole. El cine (como el baile de Plisetskaya) se crea a partir del movimiento, de la sutilidad de ese movimiento nacerá la poesía visual, de su precipitación inesperada surgirá la violencia o la excitación en el espectador que observe las imágenes proyectadas. Ningún mensaje es más poderoso que el transmitido de manera irracional por la esencialidad de lenguaje cinematográfico, de lo visual...
Una vaga silueta se dibuja, solitaria, en la geometía mágica. Un foco alumbra a esa alegórica ave. Secretos arcanos se encierran en los movimientos de los tan agonizantes como bellos brazos del cisne de la bailarina antes citada, mundos creados del vacío surgen (gracias a nuestro poder de abstracción) y se representan en la mente del atento observador. Una pared y una sombra desplazándose por ella, una mano sosteniendo una flor que pierde sus pétalos sin remisión seguido por la visión de una lágrima que surca los ignotos secretos de un rostro desesperanzado...
El buen arte, necesario acto humano de expresión estética, debe ser tan sencillo como profundo, debe ser tan fugaz como interminable en su gama irrepetible de sutiles matices de inexplicable importancia. El acto inicial, sobrenatural y misterioso, con el que todo ser humano inicia su vida externa (la apertura de sus ojos) nos muestra a las claras la esencialidad del lenguaje cinematográfico, sus reglas inaprehensibles que no deben someterse a yugos ajenos a su mágica génesis...
Recientemente, mientras visionaba en mis aposentos Esta tierra es mía (1959), un desconocido melodrama de Henry King que será objeto de próxima reseña en Cineyarte, percibí, entre una pléyade de virtudes visuales, un plano sencillo que resume a la perfección el arte objeto de las disquisiciones alegóricas anteriormente expuestas: John y Elizabeth caminan entre las vides y, después de una serie de diálogos que sitúan al espectador, ella, debido a que siente una serie de molestias, se descalza andando de este modo por la rojiza tierra, orígen de los productos naturales y de la familia misma que constituyen el objeto en torno al cual gira la trama del filme aquí citado. King inserta un plano breve de sus pies fusionándose en la tierra resumiendo con un recurso netamente visual la irreversible vinculación con la tierra (y por lo tanto con John Rambeau) de ese personaje recién llegado a la família Rambeau. Tierra, familia, y la adaptación de Elizabeth a ambos serán los elementos esenciales de este excelente filme.
Alfredo Alonso
Cineyarte
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