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Crítica número 40: Drácula (Tod Browning, 1931)

Crítica número 40: Drácula (Tod Browning, 1931)
Entre la mediocridad se alzó, fugaz, lo sobresaliente.
Analizar Drácula de Tod Browning supone una tarea complicada. Se trata de un filme fallido, con un desarrollo muy irregular que va perdiendo interés a medida que pasan sus ascasos minutos de metraje...

Sí, es cierto. El fime como obra dramática se vuelve paulatinamente tedioso. El dibujo de la mayoría de personajes es endeble, la trama se construye esquemáticamente, funcionarialmente... ´

Sin embargo, tiene los primeros veinte minutos más grandiosos de la historia del cine de terror: un carromato se adentra en el escarpado paisaje de Transilvania (más allá de los bosques), Drácula y sus mujeres se levantan de sus tumbas de manera silenciosa, lenta, como corresponde a personajes centenarios... Bela Lugosi recibe al viajero en unas grandes escalinatas rodeadas por telas de araña, ratas y armadillos. Misterioso, el conde se muestra cortés hasta que su caza da comienzo en la maravillosa escena en la que da cuenta del joven, mandándo que sus mujeres se alejen...
En todo este fragmento inical Bela Lugosi se mueve con lentitud, elegancia, misterio y la dirección se muestra precisa y dota al filme de un estilo marcadamente expresionista, desprendiendo (como dice Carlos Aguilar) un flujo fantasmal no igualado.
Cuando la acción abandona tierras transilvanas para trasladarse a Londres, la obra decae precipitándose en el pozo de la mediocridad más absoluta...
No obstante, el fugaz recuerdo de su parte inicial hace que su atracción permanezca intacta.

 

Puntuación: 3/5

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