Crítica número 8: La bella de Moscú (Rouben Mamoulian, 1957)
El canto de cisne del gran Mamoulian
La bella de Moscú no destaca por su anecdótico argumento más o menos divertido, finalmente carente de interés, sino por la maestría en el dominio del movimiento, del ritmo en escena que muestra Mamoulian: algunas escenas son una sublime muestra de elegante realización en la que el movimiento de los actores se acompaña por movimientos fluídos de la cámara que acentúan la sensación dinámica que se intentaba transmitir. Muestra de esto son dos escenas de radiante perfección: la escena en la que Astaire convence a Nina para que baile y se rinda a las pasiones carnales y el momento en que ésta misma danza por su habitación descubriendo la moda femenina.
Agradable y no demasiado relevante filme, su único (pero importante) interés reside en que Mamoulian nos demuestra una vez más su total dominio del encuadre, del comedimiento, de la plasticidad y del movimiento en el cine.
Agradable y no demasiado relevante filme, su único (pero importante) interés reside en que Mamoulian nos demuestra una vez más su total dominio del encuadre, del comedimiento, de la plasticidad y del movimiento en el cine.
Puntuación: 3,5/5
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