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A propósito de los últimos visionados...

A propósito de los últimos visionados...

                                 El realizador Jack Arnold

Últimamente he visto una serie de filmes de dispar calidad que han suscitado que desee  compartir con ustedes unas breves reflexiones: he disfrutado de la magnífica e injustamente ignorada joya noir La casa 322 (Richard Quine, 1954), filme con un gran trabajo fotográfico (obra de Lester White) y cuidada ambientación, en él se observa un desarrollo compacto e intenso fruto de la buena utilización de la unidad de escenario. También excelente es El camino del pino solitario (H.Hathaway,1936), obra bucólica que muestra un gran aprovechamiento de los escenarios naturales en los que transcurre la historia y que posee una gran carga emotiva gracias a una notable delicadeza en la elaboración de las escenas de clímax dramático.

Resulta notable, a mi juicio, el extraño y psicológico western de Jack Arnold  titulado en España Una bala sin nombre (1959). Con ecos metafísicos, reflexiona sobre la vida y la muerte, sobre el sentido de la justicia y  sobre la legitimidad de la justicia taliativa. Filmado en CinemaScope, resulta un western sereno, sugestivo (como la intrigante mirada de la personificación de la muerte; Audie Murphy) y su director acierta en la utilización de elementos enriquecedores de la trama; espejos, objetos de vital importancia en el desarrollo, utilización dramática del color de las vestimentas...

 

Menos brillantes  (aunque con elementos de interés en su temática y/o reparto, no tanto en su puesta en escena), han resultado filmes como El hombre con rayos X en los ojos (1963) o La matanza del día de San Valentín (1967), ambos de Roger Corman. Filmes atractivos en su vertiente temática y en su ambientación, carecen sin embargo de cualquier señal de cierta elaboración en la puesta en escena.

Mención especial merece la simultaneamente irregular y atractiva Muerte en los pantanos (Nicholas Ray, 1958), filme cuya coherencia dramática y ritmo se vieron seriamente dañados por la intervención de su productor y guionista Budd Schulberg. A pesar de las vicisitudes en su desarrollo fue imposible borrar los restos de este impactante y bellísimo canto a la libertad individual,  una oda a la naturaleza que es, a mi juicio, una de las obras más personales y menos comentadas de la filmografía de su autor.

 

 

 

    

 

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