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Crítica número 88: The Sniper (Edward Dmytryk, 1952)

Crítica número 88: The Sniper (Edward Dmytryk, 1952)

 

Es The Sniper una soberbia lección de armonía entre contenido y continente, entre fondo y forma en el arte cinematográfico. Dmytryk utiliza con plena efectividad y coherencia con lo narrado recursos como la utilización dramática del fuera de campo (la presencia o ausencia del personaje principal en el campo visual tiene una significación especial en este filme), el empleo sumamente calculado de los primeros planos, la incorporación en el momento adecuado de planos de detalle, la existencia de contrapicados y picados que son extensiones casi homogeneas de la metafísica del personaje principal , la excepcional administración del tempo o la utilización del escenario como elemento amplificador de lo sucedido.

Es también un equilibrado ejemplo de filme que conjuga con asombrosa facilidad su plena adscripción genérica y su vertiente crítica, suavemente expuesta sin caer en el relato discursivo, tendencioso, tan temido por los espectadores más sensibles a las manipulaciones ideológicas.

Incluso la actuación de Arthur Franz como Eddie Miller y el tratamiento que del mismo plantea el guionista Harry Brown constituye un perfecto ejemplo de ajuste idoneo entre sobriedad e intensidad, entre apariencia y fondo. Eddie Miller es un ser atormentado por su enajenación mental, es un perturbado perpetuamente arrepentido que es consciente de su enfermedad, por lo tanto el guión y el actor no nos lo presentan como un oscuro y sanguinario asesino, sino como un chico aparentemente normal, agradable, de aspecto inofensivo. La enfermedad mental se encuentra oculta para una sociedad que no sabe ver más allá de las apariencias. No se entra pues en obvias y evidentes demostraciones de locura histriónica, se trata de un joven que sufre y de un sistema que no es capaz de detectar su problema a tiempo. Los aciertos en el tratamiento del conflicto central son expuestos a modo de perfecto epítome en la magnífica conclusión que culmina el filme.

No resulta menos admirable la magnética música de George Antheil, expresiva composición que refleja con propiedad la violencia contenida, cual volcán a punto de entrar en erupción bajo un monte de apacible apariencia, que se refugia tras el rostro juvenil del protagonista, la enajenación y la dificultad del joven para contenerse ante sus más terribles instintos. Antheil juguetea en su partitura con ciertas disonancias insertadas en temas trágicos con fragmentos vagamente contrapuntísticos, potenciados por intermitentes irrupciones de intrumentos de viento, todo ello conducido en una progresión ejemplar que logra el clima adecuado en los momentos clave de un filme en el que los diálogos desaparecen durante prolongados periodos de tiempo.

 

Filme elaboradísimo en lo visual y en lo temático, The Sniper resulta finalmente una de las obras más coherentes artísticamente que he tenido la oportunidad de observar en mucho tiempo. Una muestra deliciosa de equilibrio entre  exposición formal y temática que se erige, en mi opinión, en la mejor obra, en la más rotunda a todos los niveles,  de su interesante e irregular autor.

 

 

Puntuación:    5/5 

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