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Crítica número 59: El rebelde orgulloso (Michael Curtiz, 1958)

Crítica número 59: El rebelde orgulloso (Michael Curtiz, 1958)
El amor, la guerra y el oeste.
El rebelde orgulloso narra la historia de un hombre y su hijo que han visto marcadas sus vidas (física y/o emocionalmente) por la guerra civil. En su periplo en busca de cura para un mal del chico llegarán a un tranquilo pueblo del oeste...

Michael Curtiz, director capaz de conjugar todos los elementos a su alcance para formar obras cinematográficas de entidad (Casablanca, Ángeles con caras sucias, Dodge city), narra este western con pulso sereno (con similar tono al Wyler de La gran prueba o Horizontes de grandeza) y con mirada madura, matizada, incluso amarga en determinados instantes. El filme va avanzando descubriendo poco a poco matices en los personajes, entrelazando paulatinamente los lazos que les unen, construyendo una narración humanista, sutil, en torno a los efectos de la guerra y a los conflictos entre ganaderos y rancheros.

La bellísima relación entre los personajes que encarnan Alan Ladd y Olivia de Havilland, la relación verdadera que une a Ladd con su hijo, el cariño y valores representados por el perro que les acompaña, la belleza serena de la naturaleza (bellísimo plano de las sombras de los personajes en el río o del atardecer en los campos), la desestruturación emocional provocada por la guerra (representada por la mudez del niño)... Todos estos elementos y más se presentan en la pantalla dentro del marco genérico del western, matizados por la notable banda sonora de Moross y fotografiados con bastante acierto.

El rebelde orgulloso posee hondura emocional, magníficas interpretaciones de sus protagonistas y se despliega, gracias a Curtiz, ante los ojos del espectador de manera serena y profunda como las calmadas sombras de los bosques.

 

Puntuación: 4,5/5

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